Hoy os voy a contar la historia de Manuel y su familia.
Manuel era de Murcia, se vino a Madrid en los 70 buscando trabajo. Estaba casado y tenía 4 hijos. Su esposa Isabel le ayudaba en el negocio familiar. Ambos tenían una frutería en el barrio de Usera en Madrid. La juventud de Manuel en la huerta murciana hacía que conociera muy bien los productos del campo.
Sus 4 hijos estaban en edad escolar. María era la mayor y tenía 20 años estaba terminando en la Carlos III doble grado de derecho y economía. David y Lucia con 15 y 14 estaban todavía en el Instituto y Marco con 8 años estaba en el cole del barrio.
Manuel se levantaba todos los días muy temprano. Con su Renault Kangoo se acercaba a Mercamadrid por la calle Embajadores para comprar genero y abrir puntual su negocio rodeado de tiendas de telefonía con carteles en chino. Él siempre contaba a sus hijos que los que llegaban más pronto a Mercamadrid conseguían el mejor género y más barato por eso no permitía que el despertador sonara más de dos veces a las 4 de la mañana.
Isabel su mujer asumía la tarea de llevar a Marco al cole, preparar todo lo que necesitaban los más mayores, hacer la compra, arreglar la casa y hacer la comida que desde que María ingresó en la universidad, rara vez la compartían los 6 juntos.
Por la mañana Manuel se encargaba de la frutería con un ayudante que habían contratado, un chaval del barrio llamado Karen. Vivía cerca de ellos, en la calle Antonio López. No cerraban a la hora de comer quedando Karen mientras que Manuel e Isabel compartían con Marco y quizás algún hijo más la mesa y el mantel.
Después de comer Isabel bajaba hasta las 7 a atender la frutería con Karen y a última hora, tras una cabezada en el sillón, Manuel volvía a su frutería para hacer recuento, limpiar y colocar todo para abrir al día siguiente con mercancía recién traída.
Aparentemente y por lo que llevamos de esta historia, Manuel pudiera ser lo que denominamos “un tipo normal” en “familia normal” que lleva “una vida normal” pero no lo es….
Manuel tenía una convicción diferente de la vida que le hacía distinto en su familia, en su pequeña frutería, en su vida que le llevaban a diferenciarse del resto en un sentido curiosamente democrático. Él tenía la idea que las cosas siempre salen mejor cuando todo el mundo participa en cada decisión y sometía en todos los ámbitos de su vida absolutamente todo a opinión y decisión de los demás. Siempre había pensado que esta mentalidad algún día llegaría a la política pero nunca tuvo tiempo para afiliarse a algún partido ni participar en actos en el barrio o en su junta de distrito.
La vida en la frutería.
Manuel era autónomo. Isabel no estaba dada de alta para evitar más gastos. Karen estaba empleado por el régimen de seguridad social a media jornada, aunque trabajaba la jornada completa. Los gastos mensuales eran considerables pero la frutería iba bien, tenía una clientela fiel en el barrio y vendían para vivir, pagar el sueldo a Karen y ahorrar un poco cada mes excepto en junio y diciembre por las pagas extras de Karen.
Aunque Manuel era el dueño, jefe y encargado, todas las decisiones eran tomadas por el equipo, es decir, por él, por Isabel y por Karen, que aun siendo un simple empleado, tenía voz y voto en todas las decisiones que tuvieran que ver con el negocio. Cambiar decoración, comprar más o menos producto de este u otro tipo, horarios, turnos, vacaciones, proveedores, que seguro coger o que alarma poner…
En la frutería todo se votaba y alguna vez, los miércoles a las 7 de la tarde algún cliente había sorprendido a los tres debatiendo sobre la calidad de las acelgas traídas o sobre quitar las sandias del escaparate porque no llamaban la atención aunque fuera verano. Manuel creía en el sistema de votación. Nunca “pactó” con Isabel nada. Ella tenía que votar libremente por convicción, porque eso haría que el resultado de la decisión fuera lo mejor para el negocio y por ende, para todos.
En alguna ocasión Manuel tuvo problemas. El trío había decidido en libre votación acometer un gasto no previsto y lógicamente era Manuel el que lo tenía que asumir de los ahorros que tenía, ya que Isabel y Karen no tenían exacto conocimiento de los beneficios reales, gastos y ahorros que el negocio obtenía pues sólo Manuel tenía la visión global de los ingresos, lo que se gastaba cada día en Mercamadrid, las facturas de luz, de agua, del IBI, de hacienda, etc… Pero él asumía los resultados democráticos de su equipo haciendo lo que fuera necesario para ejecutar lo que con los votos se había acordado, aunque le supusiera tirar de dinero de vacaciones, o de la tarjeta de crédito bancaria que tenía.
La vida en familia.
Cuando Manuel e Isabel se casaron, hace ya 22 años, decidían también todo juntos. Decidieron casarse juntos (obviamente). Decidieron juntos donde vivir. Decidieron juntos que piso comprar. Decidieron juntos montar una frutería. Decidieron juntos tener un hijo. Y luego otro, y luego otro….
Decidir juntos todas las cosas les había ido bien y cuando su hija mayor, María, tenía unos 5 o 6 años, decidieron que también deberían incluirla en las decisiones. Se reunían los domingos antes de comer y charlaban. Allí se decidía.
– ¿Tenemos otro hijo? La pequeña María, con extrañeza dijo “No”.
Pero sus padres (que eran 2) querían tener otro hijo y claro, 2 votos a favor, 1 en contra hizo que llegará David… y un año después Lucia.
En la casa se votaba todo:
¿Qué comemos mañana? 3 votos a favor de espaguetis con tomate 2 a favor de merluza….
¿Dónde vamos el domingo? 3 votos a favor del cine y 2 a favor de una exposición de pintura de Ferrer-Dalmau.
¿Qué ponemos en la tele? 3 votos a favor de Gran Hermano y 2 a favor del telediario de Antena 3.
La situación no le gustaba a Manuel, y mucho menos a Isabel que no entendía en que momento su su marido había dado la potestad a los niños para decidir todo en su vida, había discusiones en el matrimonio que hasta ahora no habían existido y la mayoría eran causadas por la cesión de Manuel a algún capricho de alguno de sus hijos en aquellas votaciones “democráticas familiares”.
Unos años más tarde, María, David y Lucía que ya tenía 6 años decidieron que sus padres, que se habían plantado en aquello de “aumentar la familia” hicieron una petición inusual el domingo de reunión:
-“Mamá, Papá. Queremos tener otro hermanito.
La frase sonaba a exigencia imperativa con los tres hijos colocados en el salón uno junto al otro con caras de haber tramado un plan infalible que se disponían a ejecutar.
– ¿Otro hijo? – Contestó Isabel alarmada..
– Si Mamá, queremos un hermano y si puede ser que sea niño porque David lo necesita – explicó con autoridad María, la mayor de todos.
– No hijos, vuestra madre y yo ya decidimos en su día que no queríamos tener más hijos – intentó sentenciar Manuel
– Papá, Mamá. En nuestra familia todos decidimos lo que queremos hacer. Siempre se vota todo y pedimos el derecho a votar – Dijo David
¿Adivinan amigos lectores como acabó aquella conversación? Si, efectivamente, diez meses después nació Marco. Los padres perdieron la votación.
Muchas veces, Manuel e Isabel piensan en la suerte que tuvieron con que Marco fuera un niño, porque si no, aquella votación se podría haber repetido infinitamente hasta que “atinaran” a traer un niño a la familia……
Las votaciones en la vida de Manuel todos los domingos por la mañana eran cada vez más irritantes. Cuando ahorraban algo de dinero de los escasos beneficios de la frutería, en la familia se votaba que hacer con los ahorros: Comprar otra tele, comprar otro coche para el trabajo de la frutería (la Renault Kangoo estaba muy cascada…), un viaje para los padres, un viaje para la familia,… todo se votaba pero los hijos ya se encargaban de obtener los resultados satisfactorios antes incluso de que se realizara la votación. Recuerdo aquella ocasión en la que David necesitaba un móvil nuevo, no quería cualquier teléfono, quería el Samsung S7, ese de la pantalla en curva, color dorado que costaba unos 750 euros…y claro, Marco también lo quería….1500 euros… El ahorro de 3 meses en la familia.
Los 4 hijos compinchados llegaron a la reunión del domingo donde el padre Manuel planteaba la posibilidad de cambiar la caldera del agua caliente y calefacción, ya que cada vez era más usual quedarse sin agua caliente cuando se duchaba algún miembro de la familia. Era algo urgente porque estaba dando sus últimas llamaradas y a ninguno le gustaba ducharse con agua fría y más en invierno.
– Hijos, tenemos 1600 euros ahorrados y propongo usar ese dinero para cambiar la caldera que como sabéis falla cada día más. Además, como es muy antigua, debemos llamar a un fontanero para cambiar la instalación. Creo que entre la instalación y la caldera podríamos gastarnos unos 1100 euros. ¿os parece bien? ¿lo votamos? – Dijo inocentemente el padre sin saber el plan tramado por sus hijos previamente.
– Yo tengo otra propuesta – dijo David
Necesito cambiar de móvil porque el mío ya está muy viejo y no tiene casi capacidad. Llevo una semana sin poder descargar las fotos de whatsapp así que necesito otro. He visto el Samsung S7 y cuesta unos 750 euros. Marco también lo necesita porque el que tiene es también viejo, que heredó de Lucia hace un año.
– Pero la caldera es para todos, David. Todos necesitamos el agua caliente y la calefacción – Alerto Manuel, el padre.
– Yo prefiero el móvil, ¿votamos? – respondió David.
La familia continuó viviendo con una caldera rota, con muchas duchas de agua fría, con manta y jersey gordo en la casa pero con dos Samsung S7 estupendos en las manos de David y Marco.
Las votaciones continuaban todos los domingos. En unos se daba prioridad comprar un coche deportivo a María que cambiar la vieja Kangoo que mantenía la mercancía en la frutería. En otras se votaba a favor de pagar un viaje a Londres con sus amigas para Lucia en lugar de pagar la luz de la casa. En otras se votaba a favor de cambiar la televisión del salón por una de 104 pulgadas en lugar de mantener contratado a Karen porque no había para pagarle.
Juegos de la Play por ropa. Tatuajes por comida. Ordenadores por pagar la fruta que luego se vendía…
La frutería, claro, fue a la ruina. Y la familia también.
Intentaron remontar. Tuvieron que despedir a Karen. Traspasaron la frutería. Hipotecaron el piso donde la familia vivía. Le dijeron a los hijos que no podían pagar la universidad y que necesitaban que buscaran trabajo para ayudar a la economía familiar, pero había que meditar sobre lo que les había pasado.
La conclusión era clara: Manuel e Isabel conocían todos los ingresos que la frutería y la familia obtenía mensualmente. Conocían todos los gastos esenciales que la frutería y la familia tenían mensualmente.
Y ellos, sólo ellos, debían ser los encargados de gestionar esos ingresos con esos gastos para que no volviera a ocurrir lo mismo.
No podían dar a los empleados potestad de decidir cómo invertir y que comprar en la frutería porque ellos no conocían el total de la situación.
No podían dar a los hijos la autoridad de decidir en qué gastar los ingresos familiares porque ellos, los padres tenían la perspectiva de todos los hijos, de toda la casa, de toda la familia, de todos los gastos… ellos sabían a que destinar los ahorros buscando lo mejor para todos y priorizando gastos elementales como aquel calentador que permitía a toda la familia tener agua caliente y calefacción…
Y tardaron en hacerlo, sufriendo las consecuencias de dejar decidir sobre qué hacer y cómo hacerlo a personas que, aunque puedan tener buena intención, no tienen la perspectiva de toda la situación que permite tomar las decisiones más adecuadas, con los errores humanos que siempre una decisión puede tener, lógicamente.
¿Estás de acuerdo amigo lector?
Pasaron los meses, los años y la familia remontó. Volvió a tener su frutería y era el padre quien la gestionaba. Llegaron a tener dos personas trabajando con ellos y Manuel les repartía equitativamente los turnos, las vacaciones. Gestionaba su negocio pensando en su familia y en sus trabajadores. Gestionaba buscando como obtener más beneficios, como hacer más rentable el pequeño negocio para poder contratar a más gente y llevar a Isabel a Tailandia. Era el viaje que ella cuando era más joven siempre había soñado.
Pasaron los años y Manuel ya tenía nietos. Muchos nietos.
Nietos por los que había que seguir gestionando bien los ingresos y gastos de la frutería. Nietos por los que había que seguir gestionando bien las inversiones en su negocio. Nietos por los que había que tener agradados a sus trabajadores que cuando estaban contentos estaba demostrado que eran más amables con la clientela del barrio de Usera y por ende vendían más fruta. Y nietos por los que había que gestionar bien los ahorros, por sus bautizos, por cumpleaños, por sus reyes (aunque era ateo, sus nietos merecían lo mejor), por sus comuniones, por ellos.
La frutería iba bien y con sus empleados, Manuel empezó a tener tiempo libre. Incluso contrató a otra persona a la que enseñó cómo y dónde comprar en Mercamadrid y que muchos días asumía esa tarea para que el abuelo llevara a sus nietos al cole.
Manuel, persona popular y querida en el barrio fue tentada por un nuevo partido a meterse en política. “Necesitamos gente como tú, honesta y trabajadora, que conozca el barrio y trabaje por y para sus vecinos”, aunque en realidad, únicamente querían los votos que ese conocido frutero les iba a traer a las urnas.
Pero Manuel era mucho Manuel y rápidamente lideró el cambio en el barrio con las siglas de ese nuevo partido. Ahora va a ser nuestro turno. Por fin el pueblo podrá decidir que queremos para nuestro barrio, que queremos para Madrid…
La historia de cómo Manuel entró en política es algo larga, así que amigo lector, otro día te la cuento…. Ahora sólo quiero que sepas como acaba la historia…
… y llegó el día. Manuel era ovacionado ante miles de personas. Era el nuevo Alcalde de Madrid. Algo estaba cambiando en la ciudad. Algo iba a cambiar también en España meses después pero este era el comienzo. El partido de Manuel había ganado en otras ciudades importantes además de Madrid.
En sus primeros meses en la alcaldía, Manuel tuvo que reflexionar como gestionar el ayuntamiento. Tenía su vida de ejemplo. Sabía que si gestionaba como había hecho para recuperar su negocio, con ilusión, con trabajo, con esfuerzo, observando a los madrileños como si fueran sus hijos, sus nietos, le iría bien.
Desde el ayuntamiento él tendría la perspectiva de a qué distrito había que destinar más recursos para que toda la ciudad fuera perfecta.
Tendría la perspectiva de que calle tenía más tráfico y estaba más estropeada para priorizar su arreglo.
Tendría la perspectiva de que centro cultural tenía más gente participando para dar a los otros centros culturales de la ciudad la fórmula que funcionaba.
Tendría la perspectiva de toda la gente en la ciudad que necesitaba más ayuda independientemente de la junta de distrito en la que vivieran.
Tendría la potestad de contratar a expertos para diseñar ese jardín maravilloso en esa actuación urbanística prevista.
Tendría la perspectiva que tiene el gerente de un negocio para buscar lo mejor para el negocio y sus empleados.
Tendría en definitiva la perspectiva que da a un padre o a una madre todo lo que pasa en la familia, en la casa, a cada hijo.
Pero Manuel, influenciado por el resto de componentes de su gobierno probablemente, decidió volver a caer en el error que ya una vez, destrozó a su familia y arruinó su negocio y su vida: Someter todo a votación.
Las primeras votaciones fueron «Un Madrid 100% sostenible» y «Un Billete único para el transporte público». Luego llegaron otras sobre la remodelación de la Plaza de España y el futuro de la calle Gran Vía.
Y Manuel le dio la potestad a los vecinos de decidir, cada uno desde su pequeña visión particular, donde gastar el dinero de todos, donde y como hacer los parques, que calle asfaltar independientemente esté mejor o no pasen coches por ella, aunque no tuvieran ni idea de jardines ni de construcción, en definitiva, le dio a los vecinos de la ciudad la autoridad de votar y decidir qué hacer con los impuestos de todos, de los que sólo Manuel tenía la perspectiva adecuada, la perspectiva global….
Y se volvió a equivocar.
Y comenzó a arruinar la ciudad, y su crecimiento.
Y todo empezó a ir mal otra vez, su frutería cerró, abrieron una tienda de altavoces pequeñitos regentada por una persona asiática que no hablaba nada de castellano. La familia se rompió. Los hijos y nietos no quisieron saber nada de Manuel.
Unas semanas después, Isabel abandonó a Manuel.
La soledad repentina de Manuel hizo que creara una página web para ocupar su tiempo, tras el abandono de Isabel que todavía hoy funciona, se llama http://decide.madrid.es ¿has entrado ya amigo lector?
Y en ella se votaban las cosas más absurdas bajo el lema #TúDecides:
- El Ayuntamiento de Madrid somete a consulta pública la conveniencia de crear un nuevo barrio en Vallecas denominado “Ensanche de Vallecas”.
- Consulta pública modificación Ordenanza Reguladora de Rotulación de Vías y Espacios Urbanos.
- Aumento de plantillas de limpieza y parques y jardines.
- Crear multas con trabajo social a quien pinte en las calles.
- Control policial a los gorrillas que piden en el hospital Ramón y Cajal
- Poner contenedores en el punto limpio.
- Prolongar la línea 70 de autobús
- Multar a quien tire cigarrillos al suelo.
- No a las calefacciones en las terrazas.
- Jardines verticales en edificios privados y públicos.
- Hacer una biblioteca en un barrio
- Campaña publicitaria para no tirar chicles al suelo
- Cortar la M30 y la M40 al completo para evitar la contaminación
- Poner una estatua de Julio Iglesias en Sol
- Reasfaltar la Avda. de Córdoba.
- Autobuses directos a sitios
Y muchísimas más que si entras en la web podrás leer y por supuesto “votar” que era lo que siempre había querido y predicado Manuel, aunque como sabes, no le había ido bien siempre.
Quizás era una forma también de “quitarse el marrón” de decidir. Imagina por ejemplo que 289 personas votaban la mejor remodelación de la Plaza de España, pues oye, esas 289 personas serían las responsables de que aquello se hiciera de una forma u otra, y no quien regentaba la Alcaldía de Madrid. Recuerdo que Madrid por aquel entonces tenía unos 3 Millones de habitantes, pero bueno, si 289 personas decidían por los otros 2.999.711 personas, los culpables son los que no han querido votar, porque Manuel, como alcalde, les dio la oportunidad de decidir, recuerda “Decide Madrid”….
La falta de gestión de quien se supone que debía mirar con perspectiva el interés de todos los madrileños hizo que la capital fuera gastando dinero y recursos públicos en lo que 289 en unos casos o 2000 personas en otros, decidían, en función de su opinión personal, de su visión particular y de preferencia, haciendo que la ciudad poco a poco tuviera calles mal arregladas porque los vecinos no se habían puesto de acuerdo en votar o no sabían cómo hacerlo, centros culturales cerrados, estatuas pintorescas en cualquier parque o plaza, autobuses a modo de taxis por la ciudad y lo que es más importante, todos multados por tirar chicles al suelo.
Decide Madrid se convirtió en la antítesis de lo que debe hacer un representante de los ciudadanos que es votado para trabajar por su ciudad o pueblo.
Decide Madrid es hacer que a quien hemos votado se dedique a tirar la pelota a los ciudadanos en lugar de GESTIONAR para todos con perspectiva de toda la ciudad y de todos sus habitantes.
Decide Madrid no es Manuel, es Manuela. 😉